por Devinder
Sharma
Los alimentos industrializados se han
transformado en una importante causa de muerte, y los fallecimientos
relacionados con la obesidad han alcanzado proporciones epidémicas, advierte el
siguiente artículo.
El mundo se está volviendo obeso,
incluidos los pobres y hambrientos. Según nutricionistas, cada vez más
residentes de barrios precarios de Nueva Delhi, Mumbai y otras urbes agregan
grasa a su cuerpo. Como resultado, la obesidad se está convirtiendo en una de
las principales causas mundiales de muerte.
Como si esto no fuera suficiente, el presidente estadounidense George W.
Bush anunció que Estados Unidos “tercerizará” la obesidad a India. En un
discurso ante la Cámara de Comercio de Estados Unidos, el mandatario señaló
que, dado que millones de empleos fueron tercerizados a India desde que él
asumió la presidencia, “esos empleos están engordando a los indios” en lugar de
engordar a los estadounidenses. Una
razón es que la llamada tercerización de procesos comerciales ha brindado
suficiente espacio en India a las cadenas de comida rápida, con la que los
trabajadores llenan sus estómagos. Además, uno de los principales trabajos
tercerizados es el de los locutorios, que es sedentario y contribuye al aumento
de peso. Estados Unidos espera así exportar cerca de 1,5 billones de kilogramos
excedentes al año. A largo plazo, entonces, la creciente industria de la
tercerización creará una epidemia de obesidad en India. Al mismo tiempo, se comercializan con
impunidad alimentos manipulados genéticamente, sin ventajas visibles para los
consumidores.
Entre 2001 y 2004, la multinacional
suiza Syngenta liberó por error unas 700 toneladas de semillas ilegales al
mercado estadounidense, suficientes para producir 150.000 toneladas de maíz.
Esta nueva variedad de maíz contiene un gen que la hace resistente al
antibiótico ampicilina. Se teme que si los seres humanos consumen animales
alimentados con ese maíz, desarrollen resistencia al antibiótico. Mientras Estados Unidos y la Unión Europea
permanecen trabados en una batalla por la certificación, el hecho es que más y
más de esos alimentos indeseados e insalubres se vierten a mercados de todo el
mundo.
En 2001, un accidente similar de la firma
Starlink costó a la economía estadounidense más de 1.000 millones de dólares.
En todo caso, lo que se comercializa como “sustancialmente equivalente” no
ofrece ninguna ventaja al consumidor promedio, sino que sólo ayuda a las
empresas de biotecnología a aumentar sus ganancias. Dado que lo que se cultiva
debe ingresar finalmente en la cadena alimenticia, los científicos se han
acostumbrado a justificar la necesidad de tales cultivos para luego declararlos
seguros. Durante casi tres décadas
seguidas, la industria mundial de los alimentos creció a un ritmo sorprendente,
con la promesa de alimentar una población en progreso económico con comidas
gustosas, rápidas y baratas. La clase rica y educada fue la primera que adoptó
los alimentos envasados y de entrega rápida. Para cuando se hizo evidente que
los alimentos procesados eran malos para la salud, el hábito ya se había
extendido. Mientras, la industria crecía
y trascendía fronteras gracias al poder de la publicidad.
La Organización de las Naciones
Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), siempre dispuesta a
promover tecnologías indeseables en aras de los intereses comerciales de las
agroindustrias y en nombre del hambre y la desnutrición, ignoró esa insalubre
tendencia alimentaria. Según la Organización
Mundial de la Salud (OMS), más de 1.200 millones de personas, o cerca de un
sexto de la población mundial, padece sobrepeso. Paradójicamente, ese número
excede al de los hambrientos: unos 840 millones de personas se acuestan cada
día con el estómago vacío.
El único punto a favor es que,
mientras la mayoría de los obesos viven en los países industrializados, casi
todos los hambrientos viven en países del Tercer Mundo. Sólo 115 millones de
personas del mundo en desarrollo son obesas. Los malos hábitos alimenticios han
provocado además un incremento de las enfermedades cardíacas y la
diabetes. El país que más sufre la
obesidad es, por supuesto, Estados Unidos. Con su industria alimenticia
fuertemente subsidiada, tanto en la etapa de producción como de procesamiento,
los alimentos nunca fueron tan baratos en ese país. Alentados por la
omnipresente publicidad, los estadounidenses devoran todo lo que les ofrece el
mercado. Como resultado, la obesidad se ha vuelto la principal causa de muerte
en Estados Unidos, dejando atrás al tabaquismo. Unas 400.000 personas mueren
cada año de enfermedades relacionadas con la obesidad. Mientras, cada vez más
activistas y personas afectadas acuden a la justicia para impedir que la
industria alimenticia siga matando gente y reclamar indemnizaciones.
En China, que durante muchos años
combatió la desnutrición, los informes indican que más de 22 por ciento de la
población es obesa, y esa proporción crece rápidamente. En India, un estudio
del Instituto de Estudios Médicos para Toda India (AIIMS, por sus siglas en
inglés) reveló que 27 por ciento de los niños en edad escolar son obesos. Y
otro estudio del Centro de Investigaciones sobre Obesidad (COR), de Kanpur,
demostró que, entre 1998 y 2003, India invirtió 3.750 millones de rands en el
tratamiento de problemas relacionados con la obesidad, y los contribuyentes
debieron hacerse cargo de la mitad de esa cuenta. Esto se debe a que los
centros urbanos de India, donde vive apenas cinco por ciento de la población
nacional, consumen 40 por ciento de los alimentos grasos.
La obesidad también crece rápidamente
en los países de Europa oriental, donde se ha triplicado en los últimos 25
años. En Australia, cerca de 20 por ciento de los niños y adolescentes padecen
sobrepeso u obesidad. En Medio Oriente, la tasa de obesidad llegó a 60 por
ciento. En Japón, cuya población es tradicionalmente delgada y de talla baja,
la obesidad aumenta a un ritmo alarmante entre los hombres de 20 a 60
años. Esta tendencia debe preocupar
tanto a consumidores como a autoridades gubernamentales. Como señaló la Agencia
Británica de Normas Alimentarias, si la obesidad sigue aumentando al ritmo
actual, los jóvenes de hoy no podrán vivir tanto como sus padres. Sin embargo,
cuando la OMS responsabilizó este año a la industria de los dulces por la
creciente diabetes y exhortó a reducir el consumo de azúcar, la industria
reaccionó y obligó a la agencia internacional a retirar su informe. Al mismo tiempo, preocupada por el enojo de
los consumidores, la industria alimentaria de Estados Unidos se unió para
enfrentar las crecientes demandas legales.
Asimismo, en distintos países,
impidió a los gobiernos restringir su propaganda en la pantalla chica. La
reciente marcha atrás del gobierno de India en sus medidas contra la industria
de los refrescos dejó claro quién decide lo que la población debe comer y
beber. Y la expansión ilimitada de las cadenas McDonald’s y Wimpy’s a los
rincones más remotos del mundo en desarrollo es un reflejo del respaldo de los
medios de
Comunicación masiva a los alimentos
poco saludables. Esto nos lleva a una
pregunta más fundamental. Se ha dicho con frecuencia que el consumidor es el
mejor juez de la economía de mercado y que él toma las mejores decisiones. Por
lo tanto, la industria alimenticia lo complace dándole lo que pide. En
definitiva, el consumidor es un estúpido.
Tomemos el caso del tabaquismo. Los
paquetes de cigarrillos advierten claramente que fumar es perjudicial para la
salud, pero aun las personas más educadas fuman de todos modos. ¿Cómo se puede
afirmar que los consumidores son sabios si las ventas de cigarrillos siguen
aumentando pese a todas las advertencias?
De manera similar, una vez que la
industria alimentaria causó el daño, no se cuestiona la seguridad de los nuevos
productos transgénicos. Así como los consumidores no fueron lo suficientemente
perspicaces para percibir el daño de la comida rápida a su salud, tampoco hacen
ningún esfuerzo por cuestionar la seguridad de los productos modificados
genéticamente que aparecieron de repente en el mercado. Después de todo, ¿en qué beneficia al
consumidor ingerir un frijol de soya con un gen que lo hace resistente a los
herbicidas? ¿Cuándo comenzarán los consumidores a hacerse estas preguntas
sencillas? Un estudio japonés-estadounidense
publicado por los anales de la Academia Americana de Ciencias concluyó que la
carne y la leche del ganado clonado es similar al de los animales normales. “La
mayoría de los parámetros de la composición de la carne y la leche de animales
clonados no difieren significativamente de la de los animales modificados
genéticamente”, determinó el estudio.
Entonces, ¿qué hay de malo con la
carne y la leche del ganado común? ¿Por qué debemos optar por ingerir productos
de animales transgénicos? ¿Para qué la industria produce estos animales si el
ganado normal no es de inferior calidad?
La falta de respuesta a preguntas como éstas provoca la muerte de
cientos de miles de personas en todo el mundo. Estas muertes no son consecuencia
de la pobreza ni del hambre. La epidemia de los alimentos procesados afecta en
primer lugar a los ricos y educados, cuya única culpa es comer todo aquello que
se les pone delante. Como al ganado, se los conduce sin resistencia a un
matadero. Los alimentos industrializados
se han transformado en una de las principales causas de muerte, y la obesidad
ha alcanzado proporciones epidémicas. ¿Quién le pondrá el cascabel al gato?
Third World Network Features --- Acerca del autor: Devinder Sharma es un
analista de políticas alimentarias, residente en Nueva Delhi. Envíe sus
comentarios a dsharma@ndf.vsnl.net.in . (red de
tercer mundo.org)
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